Queridas hijas:
Aunque ahora no lo entendais esto es cuanto os puedo enseñar de la vida. Procurad marcaros un destino y trazar la ruta a sabiendas de que unas veces hay que forzar el ritmo, otras aminorar la marcha o detenerse y que incluso es posible que debais dar algún que otro rodeo.
Caereis y os costará levantaros. Caereis y os dolerá. Os sentireis débiles y necesitareis pedir ayuda. Tropezareis. Os dolerá cada hueso de vuestro cuerpo. Sentireis calambres en los músculos. Las mochilas cada vez serán más pesadas y llevarlas se os hará insoportable. Y a pesar de todo, si teneis claro vuestro destino, no dejareis de andar.
Sed valientes y no temais equivocaros, los errores se rectifican. Sed osadas y no temais arriesgar, el único fracaso es no intentarlo. Todo, absolutamente todo, está permitido, salvo perder la ilusión. Asumid que no siempre llegareis a vuestro destino y disfrutad de la travesía.
El secreto para no desfallecer se encuentra en cada primera sonrisa de la mañana y en cada último suspiro cansado de la noche. Si teneis la suerte de compartir el viaje con alguien que os quiera de corazón, agradeced, sonreíd y amad. Porque la gratitud disipa el rencor y anula el orgullo.
Perdonad con una sonrisa y obtendreis más sonrisas. Amar es la forma más perfecta de agradecimiento que existe. Admirad lo sencillo: cada titilar de las estrellas, cada ulular de la lechuza, cada luna llena. Perseverad. Entrenad. Superaos en cada tramo. Cultivad el esfuerzo y aprended el valor de la paciencia. Practicad el noble arte de la constancia.
Y si tras muchas etapas sentís que las fuerzas os abandonan y que no podeis continuar, no pasa nada. Volved a mirar el mapa. Fijaos en todo cuanto fuisteis capaces de recorrer y no en los kilómetros que aún quedan.
Descansad. Llorad si quereis. Lamentaos si lo necesitais. Relajad los pies cansados, aliviad los ojos ensombrecidos, estirad los músculos. Tumbaos y dejaos vencer por el sueño mientras las lágrimas recorren vuestro rostro en un llanto sordo.
La noche puede ser muy oscura y, sin embargo, el sol saldrá al día siguiente, ya lo vereis. Pase lo que pase, le pese a quien le pese, solas o acompañadas, nunca, nunca dejeis de andar.
Y, si me permitís acompañaros, con cada rayar del alba yo estaré ahí para recordaros que debemos continuar nuestro camino.
Ahora dormid tranquilas, mis amadas princesitas de Obano y San Gil, que yo estoy aquí para velar vuestro sueño.
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