Carta abierta a mi querido profesor


Ayer supe de tu fallecimiento. Me enteré tarde, como siempre. Sabiendo lo despistado que soy seguro que no te extraña. Aun así, al final me acabo enterando de todo, aunque sea cuatro años después. Parece que fue ayer cuando me dijiste que era muy joven para tener las cejas juntas, pues que sepas que desde entonces me depilo el entrecejo.

Sin embargo, esa no es la huella más profunda que has dejado en mí. No alcanzo a entender cómo nació entre nosotros esa suerte de complicidad que te llevó a dirigir mi trabajo de fin de carrera, sin dudarlo, en el mismo momento en que te lo pedí. Aún me pregunto cómo convenciste al tribunal para que tragara con un trabajo de investigación histórica en una monografía de Trabajo Social.

Recuerdo también que me negaste el sobresaliente por no hacer caso a una de tus recomendaciones. Han pasado 27 años y sigo discrepando, pero no estoy molesto por eso porque lo que me regalaste fue mucho más grande: me enseñaste a indagar por entre los entresijos del tiempo.

Lamento comunicarte que al final no estudié historia ni tampoco me he dedicado al trabajo social o, al menos, no como se entiende que debe ser el ejercicio de la profesión. Pero nunca he dejado de hacerme preguntas e investigar para hallar respuestas. Te alegrará saber que me hice docente y que parte de mi tiempo lo dedico a la divulgación del patrimonio cultural y de la historia de mi pueblo.

En este punto nuestras trayectorias parecen haber discurrido de forma paralela, salvando las diferencias, que son muchas porque tú has sido muy grande. Y que conste que no lo digo solo porque de joven hayas jugado en el Real Valladolid y no en el Numancia, que es lo que te pegaba. En efecto, es buscar tu nombre en internet y siempre sale Soria, como si ambos estuviérais fundidos en una amalgama indisoluble.

Por cierto, publiqué el estudio sobre el hospital de Constantí… y algunos otros que vinieron después. Por extraño que parezca, me siento feliz echándote la culpa de ello. En mi recuerdo, siempre, mi querido profesor.

Foto: Revista de Soria (https://elige.soria.es/).

1 comentario:

  1. Repentinamente leí este texto lleno de honra hacia la labor más dignificante que puede existir: la docencia, y lo digo desde la experiencia. Hay algo que jamás se olvida, y se recuerda con inmensa gratitud: una buena enseñanza que te salva la vida y te acompaña a lo largo del camino, este camino indisoluble porque siempre deja un legado infinito.

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